El bolígrafo vacío, uno queda en el papel, fijado, sin vibración ni canto imperceptible. Todo se hace escucha.
Todo se reduce a ser hoja de árbol a la espera de un remolino de polvo y quiebra.
Desaparece la carne entre los trazos, queda solo una línea más o menos gruesa: la nervadura parda de la hoja seca y muerta.
La hoja no recuerda hijos. No recuerda nada. Ni felicidad, ni reproches, ni dolores.
Siendo uno riguroso, morir y sentir tienen mucho en común. Todo queda en la nervadura.
Lo mismo pasa con vivir y mentir.
Muy bonito eso de que no pongas a la cactautora del dibujo. Ya veo yo en qué sentido fluye el salmonete por aquí...
ResponderEliminarTienes razón, Cactus. Arreglado.
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