Toda nuestra vida se resume en papel.
Se hace en papel.
Papel arrugado.
Papel escrito.
Papel roto, quemado.
Papel charol,
de regalo de navidad,
papel de periódico.
Papel de memoria de árbol.
Papel blanco,
inmaculado,
doblado por las manos de Dios,
en forma de escalera
límpida hacia los cielos
de
luz.
La vida es papel legado.
Nuestra vida se resume en papel.
Hoy ha sido un día de aprendizaje.
He aprendido que, en el momento más insospechado, quien más lealtad exige, menos compromiso pone; quién más escucha demanda, más niega el escuchar; quién más dice querer ser querido, por desgracia, menos de sí pone en quererse.
Hay tantos gatos en el cementerio de la Almudena, tan acostumbrados a dormir sobre las lápidas, que uno comprende que hay animales que morirán sin haber recibido una caricia. Tampoco es algo que ellos esperen.
De la vida uno no se cansa, pero algo parecido a rendirse ocurre cuando uno se ve sentado en la tumba de su padre, explicándole que tiene un nieto de su mismo nombre, que siete años pueden dar perfectamente para desangrarse en la certeza de que por quién has puesto todo no va a estar nunca, a menos que obtenga de ello un beneficio.
Uno aprende con el tiempo que no es mejor morir solo que sólo morir. Y también aprende que hay gente que nunca comprenderá lo importante del uso de una tilde, de un tono o de un gesto.
Hay quien vive encerrado en el enfado de no saber aplicar las palabras justas a uno mismo, pues eso les supondría someterse a la justicia. La severidad siempre es para el otro.
Hoy he aprendido que cuando nos hacemos mayores aprendemos que debíamos habernos hecho mejores personas, o bien más malvados, pero que nos quedamos a medias, que fuimos cuerdos o locos de un día.
De la traición se aprende y de la decepción se desaprende. Nada que echar en falta.
Hoy, buscando la tumba de mi padre, he aprendido que la muerte no es mayor laberinto que la vida.
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