desbrozar los huesos macilentos de hiedra y tierra roja,
quebrar los carámbanos que brillan, tan bellos,
tan afilados.
Hay que lavar el pelo con miel y espuma de mar
arrancar las costras de esperanza hechas pan endurecido
para que los cuervos no puedan decir que ni somos dulces
ni salados.
Hay que responderle a uno mismo que no soy, ni existo.
Olvidarse en lo cálido de entre tanta pregunta de luz y frío.
Aspirar a ser algo menos previsibles, nada dolientes,
no dañados.
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