A mi abismo le quedan tan solo tres caídas. Tras ello no habrá más vértigo. No más sentir la presión en mis tripas, ni el mareo de un coriolis borracho de certidumbres.
Tengo un abismo al que beso cada noche, muchas tardes, segundos repetidos de minutos que marcharon. Es un agujero, una cicatriz, un brazo amputado que siempre pica en su fantasma.
El abismo que tengo es un compañero predecible.
Tengo un abismo con muy pocas ganas de ser llano. Quiere ser torrente mudo en el pleno salto.
Yo escribí un abismo que me inventa, a cada caída, en un vuelo raso de palabras.
Hay que detener el tiempo. Hay que parar el vuelo en seco para entender a mi abismo. Para explicarlo, hay que lanzarlo con rabia contra las ganas de uno mismo.
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