Sin reconocerlo,
me retuve en un reflejo.
Recorría mis tardías fantasias con la lengua,
las besaba y las retenía entre los dientes.
Absorbía los olores de mi sudor
acariciando la imagen de una mujer
que adoraba las mareas,
como yo le rezo a la luna.
Tiene que haber una conexión entre sus olas
y mis noches.
Si no, ¿qué placer tiene sentido en su ausencia?
Sin saber reconocerlo,
me atrapé en uno, suyo, un reflejo.
(Álvaro Hernando, en La Herida Eterna)
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