De mil formas se consume el cigarro
cuando hay razón para amarrarse al fuego.
Pintar cada sarmiento de amarillo,
anaranjar los labios por el humo,
escribir los momentos de negación,
en un destripado y corto segundo
que muere aplastado en el cenicero.
Otra:
Inhalar, auxiliando al verbo morir,
un heterónimo de estar, evitar
perecer y renacer desde el fuego.
Dejarse abrasar y rasgar por dentro
corroyendo el aire cuando pregunta,
el humo, por el desgaste de un no estar
y no haber respuesta fría a la cuestión.
Otra:
Son tantas las cuestiones que nos hace,
desnudas y con respuestas rusientes,
que brillan ocultándose en la luz,
como el grito apagado por un coro
de sirenas preñadas por la muerte;
y nos crece todo así tan despacio
de esta raíz encepada al aire inerte.
Otra:
Giro a tu alrededor, huello la órbita,
atrapado en una estela azul de eco.
Hablo de tiempos de tiza y de patio,
son tiempos de pretéritos perfectos,
de piel infantil, raíz de escalofrío,
y enhebrar la futilidad al beso
cosiéndolo al centro gravitatorio.
Otra:
Y soplo la lumbre de la brasa azul,
confieso mis secretos a ese infierno,
le cuento al cigarrillo por qué fumo:
quizá sea leer el fuego del cigarro
en renglones de alquitrán y arsénico,
en páginas de ceniza, humo y cáncer,
sobre la desflorada vida inerte.
Quizá sea un simple motivo deseado:
trazar tu faz en la columna de humo,
asir por los colmillos tu alma seca
y recordarte luz bordada en sombras.
No sé por qué espero esto de la vida
mientras te me escurres entre recuerdos,
que, para otros, sea yo una llama quieta.
-Apuro el cigarrillo y me embriago de muerte lenta-
(Desflorar la vida, Álvaro Hernando, en La Herida Eterna.)
Imagen: http://www.yarnews.net/news/show/russia-and-world/22521/sigarety_mogut_skoro_podorozhat.htm |
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