El miedo en la mirada es escabel.
Toco mi reflejo, algo de barba,
rasgar de arrugas, la vista seca.
Abro la boca y lanzo mis ojos cerrados
al resonar de las palabras ahogadas,
allá dentro.
Es un olvido que me invade muy al fondo,
en ese grito silencioso.
El miedo, escabel para el reposar
de rodillas temblorosas
de un infiel que ruega sin fe en el rezo.
No sé vivir. Busco un motivo.
Dejo los miedos como tarjetas de visita.
Y la enrolo en mi viaje sin rumbo,
por los temores, estaciones para un ferrocarril de siete gramos
que lejos queda ya del parto.
El miedo, escabel que no da reposo
a las espaldas del futuro,
de un Atlas envenenado de estrellas y de versos.
Ella evita su reflejo, me mira
a mí, a través del mismo espejo.
No soporta el peso profundo de lo oscuro,
mi mirada y mi silencio.
Prefiere la mortaja ajena, la yacija cegadora,
como dormir en la luz de una hoguera.
Antes un solo paso acompañada
que un largo viaje en soledad.
Su mirada es escabel imprescindible
para los que miran sin ser vistos,
reflejados en otros ojos, en otros tiempos
sobre los que regresar del abismo.
Atávicas búsquedas, vivimos del miedo a mirarnos a los ojos.
Racionales,
escabeles, morimos de lo mismo.
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