Mariposa, toca mi mano
en su mano, y ven
reposa.
Observa la belleza
del calor de tu gesto
con canto de Licaón
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Sáname de mi quemarnos
amamántame
regálate un desvivir
olvida, reposa, espera.
Prometo pintarte,
en la caída libre
del ídolo del vértigo,
aprendiéndome los pliegues
de tu retórica,
siamesa de aljófares,
cosida con sedas
impresa de abracijo en piel,
dérmica manera de recordarme
que hielas y quemas.
Mariposa, has sido
capullo aletargado
camino en nieve de luz blanca cubierta
y sendero de arena entre arenas al viento
y aún así, te he seguido
parávasis
pasos acompasados
que se hacen eco,
del quiasmo de tu sombra
y de mi anhelo.
Llevo tu mirada, de cristal,
sin afecto en distinguirnos
ni en tenernos
por entre el bosque de pizarras
y de tizas;
catávasis,
dibujándote entre ecos
del baladro al blasmo
afinado el canto:
ese hueco en el hueco.
Hay una mariposa
liberándose de mi garganta,
de atragantados aleteos,
anávasis,
de sentimiento rebotado
sonando en lo oscuro del ego
como el crótalo silente
despertando, me perdono,
desesperada y cierta ausencia,
me perdono la impaciencia del silencio.
(Álvaro Hernando)