Debo, de entre todas la cosas soñadas por el hombre,
sentirme afortunado por perdelo;
porque mi tiempo de felicidad está pasado.
Y eso está reservado en propiedad
a los que tocarán con su sangre y alma
la tierra firme e invisible del mañana,
sobre la que crecerán sus vástagos
de justicia, rectos, y de sueños plenos.
Y entonces, de ellos será, la felicidad
y, nuestra, la anónima y eterna recompensa.
Ésos, que no abandonan en un hoy de miseria
la frágil mentira del ufano mañana sin lucha,
son los que morirán haciéndose preguntas
que contesten por qué
sus hijos
viven arrodillados
en un fango maloliente
húmedo y nutrido
por la sangre de los inocentes.
Entrega entera tu savia a la más cruel
dolorosa y humillante de las muertes,
si en dulce despertar en el barco de Caronte,
regada en milagros y esperanzas
te sorprende la cosecha que sembraste,
y lo descubres,
y encuentras que has regalado el futuro a vida y viento
a los descendientes de la libertad. A ellos.
A ellos frente a ésos,
quienes de otra manera, inmisericordes,
nos arrancarían, con los dientes,
rebosantes de desprecio,
cualquier oportunidad vana
de un mundo justo
antes de la muerte.
Nuestros hermanos,
los voraces lobos hombre,
de las manos nos arrancarán,
con los dientes, de desprecio jironados
hasta la música silenciosa de las estrellas.
Álvaro Hernando
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