Resiento
Me despido
por hoy y para siempre
de tu piel y de tus ojos
abiertos y llenos de miel
De tus labios quemados
por bellas traiciones
Me despido
de la piel
por hoy y para siempre
de las violetas
muertas de olor en mis manos
de las noches sin dormir
de la idea de tenernos
de la que me alimenté.
Me despido
de tus momentos
desesperados de mí
ausentes de uno u otro
alejados del Parnaso.
No quiero encontrarte, recorriendo, en el camino
ni quiero encontrarte, al saciarme, en nuestra agua
ni toparme contigo, en mi prístina caída, al volar.
Y, por variar, me dedico a extrañarte
siendo raro como es, echarte más y de menos
cuando la vida devuelve, en reflejos aumentados
y en ese minúsculo punto
tan claramente aliviada
tu sonrisa.
Y ver tu cara.
En cualquier parte.
Siendo originales propongo
desde la más fría sangre
disponerme a llorar por dentro
a no recordarme en tus manos
ni en tu nariz
ni en tu boca.
Tu boca.
Tú y tu boca,
presentes en todos
mis azorados bocados de tu límpido aire.
Tú y tu boca,
clavados llantos y lodos
ardidos los tiempos, todos,
ausentes, insignificantes,
los demás tiempos, de amarla,
pasados.
Quiero caminar de tu mano.
Quiero el bautismo en tu agua.
Quiero volar al besarte.
Qué bella traición a tu muerte
a tu olvido
a tu forma de engañarme.
De todas tus traiciones
de todas ellas
me quedo con una
por favorita.
Me gustan, por persistentes,
tus idas y venidas,
tus manera de dejarme.
En especial amo una,
la que cada día ejecutas
al traicionarte a ti misma
al no mirarme
no verme
no tocarme.
Que te abraces a él no me importa,
es secundario,
la muestra de tu inquebrantable deseo
de sobrevivirme, y de salir adelante.
Por eso, de entre todas tus traiciones
esa es la única
con la que evito arañarme.
De todas tus traiciones
mi preferida y favorita
es la traición en que ardes
por no besarme.
(Álvaro Hernando, La herida eterna)
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