Últimamente no te hago caso.
No me río de la vida y de la muerte.
No huyo de la mediocridad, ni del hastío.
Empleo mis horas en esperar
y no en apurar la copa de vino.
No trato con santos, ni con putas.
No me aventuro a solas en lo que el cuerpo
me pide
que sea el único.
No sigo el rastro
de algún pequeño placer compartido
y ni siquiera escribo con el tiempo
necesario en una frase
para ser atemporal o eterna.
Sólo te echo de menos.
Te he buscado en los ojos de las personas que he conocido desde que no estás. Es un lugar demasiado vasto y mediocre como para encontrarte en él sin adentrarse demasiado. No te he encontrado.
Me he quedado a medio camino entre quererte y decirte que te quiero.
Me pierdo poco a poco en ese camino, me apago, no vivo.
Arena en los bolsillos.
No sé pedir razón, no sé tenerla, no me la quieren dar.
No sé ser bueno y no sé, siquiera, si podría.
No sé divertirme mucho, no sé gastar poco en el intento.
No sé sacarle una mueca de enfado al diablo con una risa espontanea.
Últimamente no te hago caso.
Llevo cada uno de estos nuevos días sin ti llorando por dentro, deseando abrazarte.
Los abrazos y los besos. Los recuerdo borrosos, compartidos con otros que también te echan de menos.
Mi coraje sigue siendo más grande que mi vida, pero el traje que le han hecho a medida no admite los colores grises. No me lo pongo, siento en gris.
De vez en cuando condecoro mi cobardía con tu medalla, como si fuera a ganar la batalla conmigo mismo a través de ti.
Veo cómo la gente añora a los muertos y empiezo a comprender que no quieran dejar que marchen.
No respondo a las llamadas de Dionisos. Siempre me llama en el tiempo en que paseo mis pies descalzos por el Aqueronte.
No es pereza.
He perdido la capacidad de decidir. O, si la tengo, no te hago caso.
No le dedico la energía a la vida, sino a la espera y a la ausencia. Me siento tan pequeño sin ti, que hacerte caso cuando no estás no hace más que recordarme que jamás será igual sin ti.
Ojalá me llevaras de la mano hasta el lugar que me corresponde. Hasta este instante, antes de que pase. Hasta mañana, cuando llegue.
Pero ya no estás.
Espero, en el día de tu cumpleaños, que el vino no te falte, que el cordero sea abundante, el pan tierno y, si alguien habla mal de los pequeños, le levantes con un brazo sobre tu cabeza y le dejes caer al estrépito de las risas.
Los momentos de ser valiente quedan más en el recuerdo que en las intenciones |
Y los hombres fuertes cuidan de sus hijos |
Y las heridas de amor dejan más dolor que las de guerra |
El tiempo sereno y eterno. Hola mundo, aquí somos. |
Los besos son borrosos y los recuerdos son besos |
La pena en la mirada, la verdad y la arena. |
"De vez en cuando condecoro mi cobardía con tu medalla, como si fuera a ganar la batalla conmigo mismo a través tuyo"
ResponderEliminarQué bueno saber eternamente que nuestros padres estarán con nosotros a través nuestro. Qué grande tener un hijo que sepa recordarselo con palabras a él mismo y nos lo recuerde al resto.
La cobardía del día a día la derriten las lágrimas de tu valentía. Ese p´alante acompañado, Álvaro, ese, te sacará de la nieve.
Un abrazo grande compañero
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ResponderEliminarMi más sentido abrazo, impactante, te he visto el alma
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